Romancero a balazos

El texto inicia con una introspección melancólica, donde el autor presenta sus “temblorosas páginas” como cicatrices del corazón, un espacio íntimo donde se entrecruzan el amor y el dolor. Las palabras, en su fragilidad, buscan dar forma a los sentimientos, explorando la naturaleza compleja del enamoramiento. El amor se presenta como una fuerza abrumadora, “un enamoro rotundo”, que devora al individuo. El autor utiliza metáforas vívidas para expresar este sentimiento: “El deseo es enamorarse, aunque sea de la manera más dolorosa, de la sangrante, de aquella que devora los segundos hasta convertirlos en piedra para epitafio”. Esta imagen de un amor que consume y petrifica revela la intensidad y el carácter destructivo que puede llegar a tener. El autor, además, explora la nostalgia y el recuerdo. La evocación de un restaurante, un libro y una canción, revelan la persistencia de un amor que no ha sido olvidado, aunque se encuentre envuelto en un halo de melancolía y dolor.

La segunda sección del texto se adentra en la temática del silencio y la palabra como mecanismos de expresión. El autor reflexiona sobre la naturaleza contradictoria del silencio: “Porque el callar entre dos no es mutismo (con la salvedad de quien sí sea mudo). Esta no pausa de la voz arroja el alma a la claridad de lo que llamamos: silencio. Silencio que no existe”. La ausencia de palabras no equivale a un vacío, sino a una forma de comunicación profunda. El autor reconoce que escribe desde un “silencio acumulado”, un espacio interior cargado de emociones y reflexiones. La palabra, en este contexto, se convierte en un puente hacia la expresión interior, un intento por dar voz a lo que no se puede decir. La crítica hacia las “palabras indolentes, enajenadas, abotagadas de indiferencia” y la referencia al dolor y la fosa común nos revelan un contexto social marcado por la violencia y la injusticia, donde las palabras pierden su poder y la verdad se oculta bajo un manto de silencio. El autor explora la naturaleza del silencio como un espacio para la reflexión y la introspección.

El texto continúa con una poética cruda y visceral. El autor se enfrenta al dolor de la pérdida, utilizando la imagen del “jaguar que devoró mis entrañas”. La muerte se presenta como un espacio de serenidad, un “cráter de luna” donde el alma puede encontrar descanso. El autor busca una paz interior, una liberación del sufrimiento. La imagen de las “lenguas venenosas” que representan el dolor, se contrapone con el anhelo de paz que se encuentra en el silencio de la muerte. El texto explora el dolor de la pérdida, la soledad y la búsqueda de la paz en un contexto donde la violencia y la muerte están omnipresentes.

A pesar de la oscuridad que impregna el texto, aflora una nota de esperanza. El amor, en su complejidad, se presenta como un acto “imperativo”, un impulso fundamental. El autor utiliza imágenes sensuales para expresar la fuerza del amor: “Amar es un acto imperativo, como imperativo es el odio, como las tardes sin tus manos o cuando me dices: bienvenido, aquí están estas piernas mías que ahora te dejo para morderlas”. La reconciliación con el pasado es un proceso complejo que implica aceptar el dolor, la pérdida y la fragilidad de la vida. La imagen de las páginas quemadas simboliza la necesidad de dejar atrás el pasado, de liberarse de las cadenas del dolor. El texto termina con una nota de optimismo, la posibilidad de encontrar paz y conexión con la vida a través del amor y la memoria.